El coche eléctrico muestra una identidad muy diferente a la del coche térmico. Lo notamos desde el mismo momento en que arrancamos y pisamos el pedal del acelerador. Los modelos eléctricos son ágiles, inmediatos y su potencia no tiene nada que envidiar a la de un coche alimentado por gasolina.

Una motorización eléctrica es mucho más sencilla y parte del hecho de que un modelo 100 % eléctrico cuenta con un 60 % menos de piezas que uno térmico. Esto explica en buena medida que su mantenimiento sea más económico. Pero ¿qué elementos determinan su potencia y rendimiento?

Alardes mecánicos del coche eléctrico

La energía fluye de forma más directa en un coche eléctrico. Los elementos que tenemos que distinguir en su motorización son:

 

  • Cargador y pack de baterías. Dirigen la energía eléctrica y la acumulan. Las baterías de iones y polímero de litio se han impuesto como las más punteras y viables.
  • Inversor. Convierte y modula la energía eléctrica de la batería para ajustar el voltaje entre esta y el motor.
  • Unidad de control o regulador. Gestiona la entrega de potencia desde la batería y la recuperación energética procedente de la frenada regenerativa.
  • Motor. Es el encargado de transformar la energía eléctrica en movimiento. Opera también como generador.
  • Transmisión. Carece de marchas y transmite el par motor al completo de forma constante.
  • Unidad electrónica de control. Es el cerebro electrónico que controla el funcionamiento y la entrega del resto de elementos.

 

En una motorización de combustión, la entrega de potencia depende del propulsor en sí. En un coche eléctrico, la premisa cambia. La batería, el regulador o la transmisión también aportan al conjunto.

En este sentido, una motorización eléctrica se caracteriza por su entrega inmediata de par motor (o fuerza de giro del motor) y su potencia constante. Un vehículo de combustión, en cambio, está condicionado por el régimen de trabajo del motor, de manera que la potencia óptima solo se da cuando se suben las revoluciones.

 

Esto se traduce en esa sensación de empuje inmediato al pisar el acelerador de un coche eléctrico. Los motores eléctricos también son muy versátiles a la hora de situarse en diferentes puntos del vehículo, como ejes o ruedas. Esto les facilita mayores potencias, en función de la arquitectura de cada modelo.

 

Aceleración inmediata

Detrás de lo que acabamos de explicar se esconde el secreto de por qué los coches eléctricos pulverizan los registros de aceleración. Mientras que un térmico se toma su tiempo para conseguir la mayor celeridad en el avance, y lo hace progresivamente, en uno eléctrico el par es instantáneo.

Al no depender del régimen del motor, podemos obtener la misma aceleración, no solo en la arrancada, sino en cualquier situación de la marcha. Esto hace, además, que la aceleración no requiera el trabajo de toda la musculatura del bloque. Es decir, a igualdad de condiciones, un coche eléctrico necesita menos potencia para lograr la misma aceleración que un vehículo de combustión.

 

Esta capacidad es muy útil en incorporaciones, adelantamientos o en situaciones en la que los conductores necesitan elevar la velocidad rápidamente.

Eficiencia eléctrica: una cuestión calórica

Una de las batallas que el motor eléctrico gana de partida al de combustión es la de la eficiencia. El mayor enemigo de un motor de gasolina es la gestión térmica. Y es que, pese a los avances tecnológicos, pierden energía en forma de calor a través de sus elementos, lo que penaliza el rendimiento.

 

La gran mayoría de la energía que almacena la gasolina como combustible se transforma en calor, en lugar de emplearse en el movimiento. Pero ¿cuánta energía se pierde exactamente? Es complicado dar con una cifra exacta, pues depende de muchos factores. Se suele estimar que la eficiencia de un motor de gasolina se mueve entre el 25 % y el 30 %.

 

Frente a ello, los motores eléctricos no presentan esas pérdidas de calor, incrementando el aprovechamiento de energía. Así, su eficiencia tiende a estar por encima del 90 %.

Frenada regenerativa

Los coches eléctricos recuperan parte de la energía que consumen gracias a la frenada regenerativa. Cuando se deja de apretar el pedal de acelerador, se produce una retención de energía. En ese momento, se invierte la entrega de potencia para convertir el movimiento en energía eléctrica que vuelve a la batería. La situación también se da al pisar el pedal del freno.

En esta operación, las diferentes partes de la motorización actúan en conjunto. Mientras que el motor opera como un generador que recarga la batería, tanto el regulador como el controlador electrónico se encargan de aprovechar el flujo que vuelve al vehículo. Puede dirigirse de nuevo al movimiento, pero también a alimentar otros sistemas auxiliares o el climatizador.

Además, la capacidad de retención y regeneración del motor eléctrico permite que se use menos el freno. Esto termina por retrasar el desgaste de este componente.

Sensaciones únicas al volante

Estas diferencias mecánicas se trasladan a la conducción. Se perciben nada más arrancar el motor de un coche 100 % eléctrico. El silencio e inmediatez de su arrancada sin complicaciones hacen palpable la eficiencia energética del motor.

En el inicio de la marcha, su transmisión automática, da fe de esa entrega energética sin intermediarios y, una vez se pisa el acelerador, es posible sentir de manera inmediata el poderoso empuje que proporciona el bloque.

Los modelos eléctricos resultan más ágiles y eficientes, sobre todo, en recorridos urbanos. En estos trayectos, la gestión directa de la potencia de un coche eléctrico se impone. Aun así, su potencia instantánea resulta muy útil a la hora de elevar en el mínimo tiempo la velocidad, pasando de 80 km/h a 100 km/ en solo 2 segundos.


En definitiva, todas estas características únicas de los eléctricos hacen que muchos conductores experimenten una conducción más fiable, robusta e, incluso, divertida.

 

 

 

sobre el autor

Jaime Ramos

periodista especializado en motor